Contemporaneos
Contemporáneos
De aquel renacentista conjunto
de educadores, filósofos, pintores, escultores y escritores de que se rodeó
Vasconcelos en la Secretaría de Educación surgió una generación de poetas cuya
obra, unida a la de otros hasta entonces aislados, llevará plenamente a una
nueva estación a nuestra literatura: el vanguardismo.
El grupo de Contemporáneos
–así llamado por el nombre de la revista más importante que crearon
(1928-1931)– no era, por otra parte, una generación inicialmente homogénea. En
él vinieron a reunirse Carlos Pellicer, Bernardo Ortiz de Montellano, Octavio
G. Barreda, Jaime Torres Bodet y José Gorostiza, que en su adolescencia había
formado la traviesa revista San-Ev-Ank (1918), y en 1919 habían formado, la
mayoría de ellos –más Enrique González Rojo, Luis Garrido, Luciano Joublanc
Rivas, Francisco Arellano Belloc, Miguel D. Martínez Rendón, Ignacio Barajas
Lozano y Martín Gómez Palacio– un nuevo Ateneo de la Juventud, de corta vida,
pero que tuvo su propia antología, Ocho poetas (1923); y, algunos de ellos,
años más tarde, publicaron La Falange (1922-1923) –revista que seguía la línea
ideológica de Vasconcelos y la poética de González Martínez–, con Xavier
Villaurrutia y Salvador Novo que escribían en Ulises (1927-1928), penetrados ya
de las nuevas inquietudes literarias. Sus primeros libros fueron definiéndolos
pronto como de una sensibilidad afín y, a pesar de sus soledades y diferencias,
llegaron a formar uno de los grupos literarios más idóneos y valiosos.
Los caracterizó su
preocupación exclusivamente literaria y los límites que impusieron a su
formación cultural. En ella privan las letras francesas modernas, con
predilección las del grupo de la Nouvelle Revue Française, y en menor grado, la
poesía española posterior a Juan Ramón Jiménez y la estética de los nuevos
prosistas y pensadores de la Revista de Occidente. Junto a estos elementos de
la formación de los Contemporáneos debe añadirse, aunque no sea común a todos,
la frecuentación de los nuevos autores ingleses, estadunidenses, italianos y,
ocasionalmente, hispanoamericanos. Mucho deben también al ejemplo de la rica y
flexible prosa de Alfonso Reyes y a su incitación hacia todos los caminos del
mundo que él practicó a lo largo de su obra.
Interesó particularmente a
algunos escritores de esta generación el teatro. Las primeras experiencias de
aclimatación del drama contemporáneo fueron realizadas por ellos y suyo es el
esfuerzo teatral más importante en aquellos años. También los atrajo la
pintura. En torno al grupo se formó una promoción de pintores mexicanos que,
renunciando a lo monumental instaurado por los maestros de nuestra pintura
moderna, se esforzó por volver a un arte menos ambicioso y más limitado e
intenso: Rufino Tamayo, Julio Castellanos, Miguel Covarrubias, Manuel Rodríguez
Lozano, María Izquierdo, Agustín Lazo, Carlos Mérida, Carlos Orozco Romero. Y
surgió también entonces un fotógrafo excepcional, Manuel Álvarez Bravo.
Pero, a pesar de sus múltiples
curiosidades y de sus interesantes obras narrativas, dramáticas, ensayísticas y
críticas, el mayor impulso quedó adscrito a la poesía. A sus dones líricos
originales supieron sumar su experiencia cultural y un afán de lucidez y
perfección, y así pudo ser posible la extraordinaria y variada aportación
poética que han legado a nuestras letras. Si se les tacha de limitados, es
preciso reconocer que supieron ser intachables artífices en su campo; y si se
recuerda que, durante los años de su acción como grupo, vivieron
voluntariamente extraños a la realidad de su tiempo y de su patria, habrá que
aceptar que no ignoraron ninguna de las manifestaciones estéticas que pudiesen
fertilizarlos. Su legado más importante a nuestras letras es una escuela de
rigor literario y una curiosidad universal por el arte nuevo, lecciones que
ilustraron provechosamente a sus más dotados continuadores y cuya huella,
aceptada o rechazada llegó a señalar, en las generaciones posteriores, a
quienes tenían una significación.

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